Vivimos tiempos convulsos. Posmodernidad, pandemia, guerra en Europa y Oriente Medio, populismos, cambio climático, etc. Sin embargo, más inestable fue el mundo tras la muerte de Alejandro Magno (323 a. C.), en la época helenística.
Por Enrique Sánchez. 23 enero, 2024.Cuando los generales de Alejandro se pelean durante décadas por los restos de sus dominios. Cuando las ciudades (“polis”) pierden su independencia. Cuando los hombres pasan de ser ciudadanos de su lugar natal a súbditos de imperios ajenos y volátiles. El arte griego refleja ese trauma social e identitario. La serenidad del clasicismo cede paso a un arte dramático. Laocoonte y sus hijos, destrozados por serpientes. Marsias despellejado. Gálatas moribundos y suicidas. Luchadores. Viejas ebrias. Sátiros, hermafroditas…
En esos siglos de caos, crisis y angustia existencial, la filosofía se focaliza en la ética: el arte del buen vivir. Gira de lo teórico a lo práctico. Epicteto define la filosofía como medicina para el alma y al filósofo como terapeuta. Surgen nuevas corrientes filosóficas. El cinismo, que fustiga los males de la sociedad y defiende una autonomía irreverente (Diógenes en su tonel). El escepticismo, donde ese antiguo ciudadano, ahora desubicado, lo pone todo en cuestión y repiensa la realidad. El epicureísmo, que se retrae hacia lo más íntimo y privado: los placeres del hogar, el jardín, los amigos, etc. Y el estoicismo, que defiende una ciudadela interior inexpugnable, donde el ser humano, protegido del caos exterior, encuentra la “ataraxia”: la tranquilidad de la mente.
El primer estoico, Zenón, es un mercader fenicio acomodado. Un día, hacia el 300 a. C., naufraga su barco, con un cargamento precioso de púrpura. Se arruina. Y se acerca a Atenas, donde lee la vida de Sócrates. Admirado, se introduce en la filosofía, hasta fundar su propia escuela bajo la Stoa Poikilé (pórtico pintado), en el centro de la ciudad.
Le siguen otros filósofos. En Grecia, primero. Y más tarde en el mundo romano. Allí despuntarán los mayores estoicos. Séneca, el tutor de Nerón (quien le obligará más tarde a suicidarse), que nos legará tratados éticos y las Cartas a Lucilio. Epicteto, el antiguo esclavo convertido en filósofo. Y, Marco Aurelio, el último buen emperador romano, autor de un libro íntimo de pensamientos: las Meditaciones.
Nos preocupa, casi siempre, lo que menos podemos controlar. Las frustraciones del pasado. La incertidumbre del futuro. La opinión de los demás. Los fracasos. La pérdida de dinero, popularidad o belleza. La enfermedad. La muerte. Somos esclavos de esos miedos. Y, también, de deseos siempre insatisfechos: tener más o ser más que el otro, comprar el último capricho que sugiere la publicidad, recibir aplausos, ganar premios o posición social. ¿Cómo superar esas ansiedades? El estoicismo responde: no nos preocupemos por lo que no podemos controlar; en cambio, enfoquémonos en lo que sí podemos controlar: nuestros pensamientos, nuestra mente libre.
Aconseja Epicteto: “Puedes ser invencible si no te avienes a ningún combate en el que no dependa de ti vencer”. Si no condicionas tu felicidad a la aprobación de los demás (validación social), a la coyuntura política y económica o a los vaivenes de la suerte. “El que pretenda ser libre que ni quiera ni rehúya nada de lo que depende de otros. Si no, por fuerza será esclavo”. En lugar de ser esclavos de la actualidad o de las acciones y palabras de los demás (que no controlamos), pensemos en lo que sí podemos controlar. Busquemos la sabiduría, la excelencia, la virtud. Porque, como apunta Séneca, “la virtud es libre, inviolable, inquebrantable”. Y porque “el sabio nada puede perder: todo lo ha basado en sí mismo, nada en la Fortuna”.
En lugar de disiparnos en las redes sociales, cultivemos nuestra intimidad: nuestra ciudadela inexpugnable. Sugiere Séneca: “Escudriña tu interior, examínate de diversas maneras y ponte en guardia”. “Recógete en tu interior”, “en el preciso momento en que te veas forzado a estar entre la multitud”. Allí anida el Logos, la inteligencia ordenadora, la razón y orden del universo: “Dios está cerca de ti, está contigo, está dentro de ti”, “un espíritu sagrado mora en nuestro interior”.
Por eso “el hombre es sagrado para el hombre”. Por eso, para el estoicismo, somos hermanos y “ciudadanos del mundo”. Miembros de una patria o ciudad universal (Cosmópolis): “cosmopolitas”. Por eso, la intimidad es refugio, pero no límite: porque somos sociales y “hemos nacido para la comunidad” (Séneca).